dc.description | Lo que se mira y escucha ante la creciente violencia del narcotráfico en México, a través de las imágenes que despliega la cobertura mediática, es el reflejo de una realidad intolerable: “la de nuestras vidas separadas de nosotros mismos, transformada por la máquina espectacular, por imágenes muertas, frente a nosotros, contra nosotros mismos” (Rancière, 2010: p.87). Y es también, a través de los discursos oficiales que circulan sobre dicha violencia, una realidad que se cuenta diariamente a través de las cifras de muertos y desaparecidos. Ante esa realidad intolerable, ante esa realidad que se contabiliza en
cifras, lo que queda por hacer, de acuerdo con Rancière (2010), es oponerse a la pasividad de aquellas imágenes, de aquellas cifras, a la propia vida alterada, y es justo esa oposición la que ha impulsado, en los últimos años, una creciente producción de estudios sobre la violencia del narcotráfico en México,
donde se han mirado también a los actores sociales, a sus saberes y experiencias que se configuran cotidianamente en su exposición a dicha violencia. En este marco de estudios sobre la violencia se inscribe la presente investigación, que centra su interés en el reconocimiento de los niños y las niñas como sujetos sociales, en la medida que han permanecido al margen, silenciados, respecto a esta problemática social que les concierne y les afecta. Como afirma Guardiola (2020) la historia del siglo XX, y lo que va del XXI, ha estado llena de escrituras de hombres y mujeres vulnerables, desesperados, que han querido liberarse de las violencias de su época. Sin embargo, se considera que han sido pocas las escrituras de niños y de niñas que enuncian las violencias de nuestros tiempos. En este sentido, reconocer a los niños y a las niñas como sujetos sociales, implica al mismo tiempo reconocer a sus dibujos y relatos más allá de las maneras como tradicionalmente han sido pensados: separados uno del otro; uno como asunto de lo visual, el otro como asunto de lo verbal; como figuras del orden plástico
por un lado y grafías del orden literario por el otro; cuya interpretación arroja signos patológicos o de inmadurez. Se trata entonces, desde el centro del lenguaje, y a partir del estatuto de imagen que formula el pensamiento rancièriano, reconocer a los dibujos y relatos como escrituras, como expresiones estéticas, como formas de creación de lo común y reparto sensible que se concentran en los conflictos, los desvíos y los cortes que erosionan su coherencia y su uniformidad (Fjeld y Tassin, 2017). | es_MX |